Road trip en Bolivia
- mariadelacruzg
- 29 dic 2014
- 4 Min. de lectura
Las ansias de aventura y naturaleza y una visa chilena próxima a vencer, me hicieron lanzarme a descubrir el sur de Bolivia al más puro estilo mochilero. Decidí viajar en avión hasta San Pedro de Atacama, lugar que ya pude conocer meses atrás, dormir allí una noche, y cruzar la frontera al día siguiente.

Varias empresas organizan tours que recorren el sur del país, con diferentes precios, hasta llegar al Salar de Uyuni, la mayor extensión de sal del mundo, con 10.582 km2. Yo me decanté, para variar, por el más económico, aunque luego descubrí que, pagando más o menos, las opciones eran siempre las mismas.

Salimos de San Pedro bien temprano en la mañana, para pasar con tiempo las enormes filas que se forman en la aduana. Cruzar la frontera con Bolivia es casi una broma, un regalo. Ni preguntas, ni pérdidas de tiempo, a diferencia de lo que ocurre con los vecinos chilenos, a los que prácticamente les falta preguntarte el contenido exacto de tu ADN.

Nada más entrar a Bolivia, noté tres cambios: el frío helador del altiplano boliviano, la miseria de este país tercermundista y el temido mal de altura, que me persiguió durante todo el viaje. Fatiga, mareos, dolor de cabeza e incluso sangrado por la nariz, son los síntomas del soroche. A una altura de casi 5000 metros sobre el nivel del mar, el único remedio es mascar hojas de coca.

Durante los tres días que dura el tour, se disfruta de un paisaje natural imponente. La Laguna Colorada, la Verde y la Blanca (adivinad por qué se llaman así) son increíbles. La fauna que se puede encontrar en este lugar es muy diversa: desde pequeñas y curiosas vizcachas, hasta llamas, alpacas y flamencos. Otras lagunas altiplánicas son la Honda y la Hedionda. Esta última recibe ese nombre por el olor a azufre que despide su agua.

El Desierto de Dalí, con sus surrealistas formas talladas por el viento del altiplano durante de millones de años, es sorprendente, igual que la Montaña Colorida. Las sorpresas que la naturaleza reserva en el sur de Bolivia son realmente impresionantes.

De noche, las temperaturas caían en picado. Dormíamos en refugios aislados en medio de la nada, construidos a partir de sal. La pobreza de estos lugares era sobrecogedora, y la gente que vivía en ellos, de una bondad y una amabilidad increíbles. El menú era bien sencillo. Sopa día sí, día también, y mucho mate de coca para combatir los efectos de la altura. ¿Agua caliente? Seguid soñando...


El cansancio nos hacía irnos a la cama realmente temprano, pero dormir era prácticamente imposible. La temperatura en los dormitorios comunes era de -10 ºC. A pesar de meterme en la cama con toda la ropa de la mochila puesta, el saco de dormir bajo las mantas y gorro, bufanda y guantes, con suerte dormí cinco horas en todo el viaje.

Por el camino, nos encontrábamos algunas aldeas prácticamente despobladas, y pueblos abandonados. Uno de ellos me llamó la atención especialmente. Al atardecer, con una vía de tren por la que hacía años no pasaba ninguno, edificios de piedra fantasmagóricos y unos columpios balancéandose suavemente por la brisa, di gracias por no estar sola en aquel lugar.

El destino del viaje era el Salar de Uyuni, como he dicho. La última noche, dormimos en un refugio de sal cercano, para poder ver el amanecer en el salar. Este es un espectáculo increíble. A pesar de que estaba seco, la extensión blanca hasta el horizonte es un paisaje que quita el aliento. Allí se puede jugar con la perspectiva y hacer fotos como esta.

Cuentan que el astronauta Neil Armstrong divisó la Tierra desde el Apolo 11 y lo que vio no fue la Muralla China, sino el Salar de Uyuni. Con las primeras luces del amanecer, los 4x4 comienzan a recorrerlo, aunque es tan grande, que difícilmente te cruzas con otros turistas. Se dice que no son pocos los viajeros que, desorientados, se han perdido en él. Nuestro guía boliviano, afortunadamente, sabía bien adónde nos dirigíamos.

En el centro de la joya de sal se erige la Isla Incahuasi, un islote con cactus enormes que es uno de los lugares más fotogénicos de este entorno. A pesar de que el mal de altura no me permitía hacer muchos esfuerzos sin cansarme y tener que sentarme a cada paso, lo recorrí entero, subí, bajé, y pude tomar fotografías realmente increíbles.

A la entrada de salar, decenas de banderas de todo el mundo, de países, equipos de fútbol e incluso instituciones educativas, custodian el monumento del Rally Dakar. Este fue el último punto que visitamos antes de dirigirnos al cementerio de trenes, un lugar bastante misterioso e idóneo para los amantes de la fotografía.

La ciudad de Uyuni no tiene demasiados atractivos, pero permite captar el alma del país, en lugares como el Mercado Central. Ah, comer en la calle puede ser bastante arriesgado para el estómago, ¡os lo digo por experiencia!

Y esta fue mi aventura boliviana. Un país que me encantó recorrer, aunque lo hice solo en parte. Me despido con este fragmento de un libro: "Prefiero una silla de montar antes que un tranvía, el cielo estrellado antes que un techo, la senda oscura y difícil que conduce a lo desconocido antes que una carretera de asfalto, y la profunda paz de la naturaleza antes que el descontento de las ciudades" - E.R

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