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El alma de Santiago de Chile

  • Foto del escritor: mariadelacruzg
    mariadelacruzg
  • 10 ene 2015
  • 3 Min. de lectura

Entre montañas, amanece cada día una ciudad que no duerme. Una ciudad que no ha dejado de sorprenderme ni un solo día de los 365 que me ha acogido como a una más. El paisaje de los Andes nevados me enamoró al instante, y la prueba es que una estancia que iba a ser de cuatro meses, terminó alargándose mucho más.

Santiago de Chile

Muchos hablan de una ciudad fea, sucia y contaminada, sin nada que ver. Pocos comprenden que hay que aprender a amarla como lo que es, imperfecta, pero vibrante y… sorprendente. Me acuerdo de mi Santiago con nostalgia, ya que pocas ciudades me han marcado tanto como la capital chilena. Ah, si pudiera volver en este mismo instante…

La cordillera nevada

Subiría al cerro San Cristóbal al amanecer para ver el paisaje de la ciudad desperezándose entre cordilleras. Me sentaría a contemplar la vista de la metrópolis caótica y, después, me mezclaría entre los turistas para tomar el funicular que me dejaría en pleno barrio Bellavista…

Bellavista

Caminaría por Pío Nono, en el corazón de un barrio que no pierde su encanto a la luz del día ni cuando los “carretes” nocturnos empiezan a atraer gente de todo tipo. Retrocedería sobre mis pasos y visitaría la casa de Pablo Neruda, un escenario tan mágico y desordenado como lo fue el poeta…

Casa de Neruda en Santiago

Volvería paseando, por el Parque Forestal, a mi antiguo y querido barrio de Bellas Artes. Entre gente haciendo deporte, vendedores ambulantes y parejas de enamorados, haría un alto en el camino para comprar un completo con palta, de esos que no cuestan ni luca y que extraño tanto…

Museo de Bellas Artes desde el Parque Forestal

En Bellas Artes, me comería una empanada de pino recién hecha enfrente de la estación del metro, visitaría el museo y me tomaría un submarino en Mosqueto. Es muy temprano, así que aún no pasaría al The Clinic por unas micheladas, sino que esperaría al caer la tarde…

Empanadas y pisco sour

En la Plaza de Armas me quedaría lo justo para contemplar los edificios del corazón de la ciudad, Correos, la Catedral… Ahora que terminaron las obras (por fin), los domingos es un lugar ideal. Después caminaría al Mercado Central, a ver si el marisco chileno sigue siendo tan bueno y comprobar que sí, que la paila marina y las machas a la parmesana me siguen gustando tanto. Pero no almorzaría dentro, sino que preferiría quedarme en alguna de las “cocinerías” de afuera…

Plaza de Armas de Santiago

Me pasaría por la Vega “Chica” a mezclarme con los santiaguinos que la visitan cada día en busca de frutas y verduras. Cansada, iría a Lastarria a sentarme con un helado de chocolate araucano (mi favorito) del Emporio La Rosa, en los escalones del GAM, donde a veces ponen puestecitos de antigüedades…

Libros usados en Lastarria

Luego regresaría al centro, bordeando el cerro Santa Lucía, a sentarme en el césped afuera del Palacio de la Moneda. Me sorprendería de nuevo con eso que no tenemos en Europa, los “cafés con piernas”, que abundan en el centro de la ciudad…

La Moneda

Tomaría el metro hasta el Barrio Italia, mi rincón favorito de la ciudad, y pasearía entre la tiendas de diseño alternativo, los restauradores de muebles antiguos y los pintorescos cafés que tanto recuerdan a cualquier café parisien…

Lastarria

Las ansias de empaparme de cultura quizás me condujeran al Quinta Normal, donde volvería a recorrer el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y el Matucana 100, mis favoritos…

Mural frente a la casa de Neruda

Ya habría caído la tarde, así que me iría al barrio Brasil a por esa michelada bien fría para soportar el calor de esta noche de verano. Y luego a “La Piojera”, ese antro de gente variopintamente diversa que siempre me ha gustado especialmente. Después, podría carretear en cualquier parte, nunca me ha importado demasiado el lugar, y en Santiago el carrete nunca falta…

La Piojera

En algún momento de la noche iría a “Fonda Permanente” a recordar los buenos momentos “dieciocheros” entre cumbias y terremotos. Y al amanecer, me quedaría dormida como en un sueño profundo para despertar aquí, lejos de esa ciudad soñada, con tantas almas como comunas, que le robó el corazón a esta española.

sudam

 
 
 

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