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Ruta al sur de Chile

  • Foto del escritor: mariadelacruzg
    mariadelacruzg
  • 26 ene 2015
  • 4 Min. de lectura

Santiago-Castro-Ancud-Puerto Varas-Frutillar-Valdivia-Santiago

Lo que más me sorprendió recorriendo Chile, fue la inmensa variedad de paisajes del país austral. Volcanes, lagos, fiordos y glaciares conviven con el océano, la cordillera y el desierto más seco del mundo. No me cansaría de explorarlo ni en cien años. La zona que más me gustó fue de la que os hablaré hoy, el recorrido que hice al sur, “el principio del final de la Tierra”.

Los autobuses en Chile son muy baratos en relación a la distancia recorrida. Ay, ya quisiéramos en España pagar veinte “eurines” para ir de una punta a otra… Con la empresa ‘Cruz del Sur’, viajamos de Santiago a Castro (en Chiloé), un largo viaje de 16 horas.

Vistas desde nuestra cabaña en Castro

La Isla Grande de Chiloé, en la Región de los Lagos, tiene paisajes de esos que quitan el hipo. La naturaleza en estado puro se respira hasta en la ciudad más grande, Castro. Esta es famosa por los palafitos, casas de colores que se asoman sobre la bahía, creando un paisaje espectacular. Viajamos en pleno invierno, pero la lluvia y el frío no nos impidieron disfrutar al máximo de la estancia.

Monte Calvario, Puerto Varas

Lo mejor es dormir en una cabaña de las muchísimas que se alquilan, con vistas al mar y la bahía (No me digáis que no es algo digno de contar, haber dormido en un palafito). Aunque luego terminéis como yo, buscando un tutorial en Youtube de cómo prender una chimenea. Y durmiendo bajo seis capas de ropa y con la nariz helada, tras haber fracasado en el intento.

Mural en Valdivia

Como suele decirse, en Chiloé lo más bonito está fuera de las ciudades, en el Parque Nacional y la costa. No obstante, vale mucho la pena pasar un par de días en Castro, la capital. Paseando por la costanera, podrás admirar los palafitos de colores (ojo, la mejor vista está en el puente Gamboa), que parece que flotan sobre las aguas entre fiordos, cuando sube la marea.

Ancud, Chiloé

No obstante, la insignia de Chiloé son sus iglesias de madera pintadas de colores, herencia de los jesuitas españoles que llegaron a la isla en 1600 para evangelizar a los huiliches. En Castro mismo, tenemos la Iglesia San Francisco, que domina la plaza principal. Justo al lado, en la Feria Artesanal, podréis comprar artesanías chilotas. Y terminar comiendo un curanto al hoyo, de lo más típico de la isla.

Iglesia de Castro, Chiloé

Otra de las joyas urbanas está en Ancud, al norte, como a una hora de distancia de Castro. Mucho más pequeña, con menos cosas que ver, pero en mi opinión, más bonita que la capital. Si os quedáis allí a dormir, os recomiendo el Chiloé Austral Hostel. La atención es inmejorable, los dueños son muy agradables y es que la hospitalidad es algo que caracteriza a los chilotes.

Pingüineras de Puñihuil

Una semana basta para recorrer Chiloé, aunque yo me hubiera quedado allí a vivir. Sin embargo, este era solo el primer destino del viaje. Así que volvimos al “continente”, esta vez para quedarnos en Puerto Varas. Un breve paso por Puerto Montt bastó para ver esta ciudad, que no tiene demasiado que ver. Pero su vecina, Puerto Varas, es hermosa. La herencia que los alemanes dejaron al colonizar el sur de Chile es más que visible en esta pequeña ciudad. No hay más que probar un kuchen de frambuesa en una de las bonitas cafeterías del centro para darse cuenta de esto. Las cervezas artesanales y los lomitos, así como el chocolate, son también un sello de la gastronomía local.

Cervezas artesanales en Puerto Varas

Se puede recorrer prácticamente todo a pie, desde la pintoresca Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús hasta la ribera del lago Llanquihue, pasando por el monte Calvario y el Barrio Patrimonial (casas de los colonos alemanes de fines del siglo XIX). En la orilla del lago, si está despejado (suerte que nosotros no tuvimos), se puede contemplar el imponente volcán Osorno, que muchos se aventuran a escalar.

Lago Llanquihue

Al bordear el lago Llanquihue por un lado, se llega al increíble paraje natural de los saltos del Petrohué (lo podéis visitar por vuestra cuenta o con uno de los muchos tours organizados). Hacia el otro lado, está el precioso pueblo de Frutillar, “la joya del sur de Chile”.

Playa de Frutillar

Caminando por su playa de arena negra hasta el Teatro del Lago y por sus limpísimas calles, que rebosan orden germánico, es inevitable sentirse en paz. En la calle Philippi, encontraréis tiendas de antigüedades, artesanías y salones de té y ricos strudels y kuchenes. Si tenéis tiempo, os aconsejo visitar el Museo Colonial Alemán, aunque algunos de sus rincones son tan escalofriantes que parecen sacados de una película de terror (supongo que influye haber visitado el museo cuando estaba totalmente desierto).

Casa de la época colonial alemana en Frutillar

En la Región de los Ríos se encuentra la ciudad austral más antigua del mundo (fundada en 1552 como un fuerte español), en la que conviven influencias alemanas, holandesas y españolas. Parece mentira que siga en pie después del terremoto de 1960, el mayor registrado en la historia de la humanidad.

Paseando por la ribera del Río Calle Calle, llegaréis al mercado fluvial, que cada mañana reúne a lugareños y turistas en busca de frutos del mar y de las mejores instantáneas. En la costanera Prat, podréis disfrutar del espectáculo que ofrecen los lobos marinos (uno no sabe si pelean o se ofrecen muestras de cariño mutuo, pero es digno de ver), que muchas veces están repantingados en plena calle.

Si os sobra tiempo, podéis cruzar el puente hasta la zona de la isla Teja, y visitar el museo histórico Van de Maele. Y si queréis comer bien de verdad, os aconsejo que vayáis al restaurante de la Cervecería Kuntsmann (allí me comí la mejor hamburguesa de la historia universal de las hamburguesas, en serio).

El sur de Chile tiene un alma propia. Sus paisajes, sus gentes, sus comidas… (y la compañía), todo hizo que aquel se convirtiera en uno de los viajes que recuerdo con más cariño.

 
 
 

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