Aquel extraño viaje a Ámsterdam
- mariadelacruzg
- 25 may 2015
- 7 Min. de lectura
Hallo! ¿Qué os viene a la cabeza cuando pensáis en Ámsterdam? No os hagáis los inocentes ahora, hablándome de la incomparable belleza de los canales de la “Venecia del norte”. Que yo sé que en esas cabecitas hay dos ideas parpadeando en un letrero de neón: sexo y drogas. Muchos la consideran la ciudad más libre de Europa, pero está muy lejos de ser un lugar sin ley donde todo vale. De hecho, los únicos que van dando el canteo y desmadrándose son… LOS TURISTAS.

Os voy a contar mi experiencia visitando la capital de los Países Bajos. Pero, ATENCIÓN, mi opinión acerca de la ciudad es muy poco objetiva, por los escalofriantes y desdichados sucesos que os relataré a continuación. No os dejéis influir, que es una capital preciosa, con muchísimo que ofrecer (aparte de los coffee shops).

Ámsterdam es una ciudad increíble, que tuve la suerte de visitar hace dos años, cuando era una estudiante Erasmus en Francia. Todo estudiante Erasmus que se precie tiene: el bolsillo vacío y unas ganas infinitas de moverse, viajar y ver mundo. En vacaciones de Pascua, me encontré sin un duro y negando la perspectiva de pasar unos días tranquilita en casa. Por aquel entonces, era amiga inseparable de una chica de Taiwán, así que la convencí de emprender una aventura “low cost” rumbo a Holanda.

Ojo al dato: Estoy hablando de hace dos años, pero fuimos y volvimos de París a Ámsterdam por unos 20 euros ida y vuelta. La empresa es Megabus (uk.megabus.com). El viaje duró unas siete horas, que obviamente, pasé doblada como buenamente pude para meter mi metro ochenta de estatura en semejantes estrecheces. A las 6 de la mañana de un viernes, el bus nos dejó tiradas, con un ojo abierto y otro cerrado, en un descampado enorme y desangelado, apenas amaneciendo y sin un alma que pasase.

Tras arrastrar las maletas durante varios minutos por aquel barrio periférico, nos dimos de bruces con una parada de tranvía. Es prácticamente imposible hacer un “simpa” en el tranvía de Ámsterdam, pues nada más abrirse las puertas, te topas con la persona que vende los tickets.

Bueno, antes de continuar os pongo en antecedentes. El viaje lo compramos con bastante poca antelación, así que siendo puente en muchos países, como era de esperar, todos los hoteles estaban completos o con un precio por las nubes, incluso los albergues cutrecillos que tanto me atraen en mis viajes. Así que, como tanta gente nos había hablado de la fantástica experiencia que es el Couchsurfing, nos animamos a probarlo.

Para los que no lo conozcáis, consiste en alojarte en casa de alguien que te acoge a cambio de lo que se supone que es una experiencia intercultural, conocer a gente nueva… y bueno, también se espera que hagas la cena algún día, ayudes a limpiar la casa… Nos hicimos, pues, un perfil en la página y comenzamos la búsqueda.

Tras muchísimas respuestas negativas (estaba todo al completo), dimos con el perfil de la señora X (omito su nombre por razones que ya descubriréis). Se trataba, supuestamente, de una señora americana de 85 años muy tranquila, a la que le gustaba viajar, hacer ganchillo, la cocina, etc. Así que nos pusimos en contacto con ella, y se mostró encantada de acoger a un dúo hispano-taiwanés en su casa.

Ella vivía en pleno centro de Ámsterdam, en el llamado distrito de los artistas, la zona de los canales… muy bonito. Era el último piso de un edificio precioso. Llegamos, la ilusión venciendo al cansancio del viaje, llamamos a la puerta, y abrió…

Antes incluso de entrar al piso, el aroma más típico de Ámsterdam invadió nuestras fosas nasales. “Bueno, se está fumando un porrete mañanero”, pensamos. Nada más lejos de la realidad. De la mañana a la noche, la buena señora se pasaba todo el día fumando. Y no exagero cuando digo que me despertaba colocada. Así que de yaya tranquila, nada de nada.

He de completar el retrato de nuestra anfitriona colocando una botella de vino en su otro brazo. Todo ello hacía que tuviera unos problemas de memoria increíbles. No paraba de decirme: “Así que… ¿Eres de Taiwán?”, y a mi amiga taiwanesa: “Oye, a ver si preparas paella algún día”. Y todo ello resaltando que las comunicaciones se realizaban en inglés. De por sí hubiera sido difícil entendernos las tres, pero escuchar un inglés con acento chino y otro de una que iba más pedo que Alfredo las 24 horas, me exigía un esfuerzo mental descomunal.

Hago aquí una pequeña pausa para decir que Ámsterdam es una ciudad muy bonita, pero no más que otras. Los canales iluminados son un espectáculo precioso, sin duda, y tiene actividades a gusto de todos, desde los famosos coffee shops a los museos de Van Gogh y Rembrandt. También he de destacar que hacía un frío del carajo, y no es lo mejor del mundo estar durante tres horas al aire libre esperando para entrar a la casa de Anna Frank (valió la pena, no tanto el catarro que pillamos).

Et voilà, he aquí la desgracia que le ocurrió a mi amiga. Las dos apenas habíamos llevado dinero en efectivo, esperando poder tirar de pagos con tarjeta. Pero resulta que nuestros amigos los holandeses no permiten pagar con tarjeta a no ser que esta sea de un banco holandés. Así que, con 20 euros cada una en el bolsillo, la solución más lógica era la de sacar dinero en un cajero.

No parece tan lógica cuando dicho cajero se traga tu tarjeta de crédito, la ÚNICA que tienes. Eso es lo que le ocurrió a mi amiga. Llamamos corriendo nuestro banco en Francia, para bloquear su cuenta, y se quedó en un susto y un cabreo impresionante. Lo peor es que mi tarjeta no funcionaba en ningún cajero. A esas alturas estábamos a punto de echarnos a llorar las dos.

Y… ¿qué hacer en Ámsterdam durante cuatro días con 40 euros para dos personas? Hay que decir que la ciudad no es precisamente barata. Pues lo que hicimos fue deambular por las calles hasta que nos las aprendimos de memoria, que vale, está muy bien pasear durante horas y horas y horas, pero NO con varios grados bajo cero. Nuestra alimentación se basó en un paquete de pan de molde y el único y exclusivo lujo de un pancake (tenéis que probarlos, están de muerte).

Entre unas cosas y otras, pasaron los días, y llegó nuestra última noche en Ámsterdam. Y lo que pasó, trastocó definitivamente nuestra idea de “abuelita adorable”. Cuando llegamos a casa de la señora X, nos encontramos con dos nuevos personajes en escena. Uno de ellos era un chico indonesio que venía a pasar una semana en Ámsterdam, en su “Eurotrip” de tres meses. El otro era un señor muy mayor que Melissa nos presentó como su mejor amigo en la ciudad. El señor tenía las mismas costumbres fumadoras que nuestra anfitriona, todo hay que decirlo.

El chico indonesio resultó ser muy simpático, y nos pusimos a hablar los tres, mi amiga, él y yo, hasta que nos dimos cuenta de que la situación en la que era “mi cama”, es decir, el sofá más grande, se estaba poniendo tórrida, vamos que los abuelos se estaban enrollando en nuestra cara. Así que, desposeídos de dormitorio, nos fuimos al despacho de la señora, una habitación de unos 8 metros cuadrados atestada de cosas, y cerramos la puerta para no ver ese espectáculo tan… extraño.

Y, como dice la canción, nos dieron las 10 y las 11 y las 12… y no se oía movimiento, así que reventados como estábamos, nos tiramos los tres al suelo a dormir. A eso de la 1 me despertaron unos sonidos en plan película XXX. Vamos, que los abuelos se estaban divirtiendo de lo lindo. Mi amiga se mostró horrorizada, es tal el choque cultural con la hermética cultura taiwanesa. El indonesio se reía. Y yo me moría de la vergüenza ajena…

Volvimos a dormirnos. A las 2, una despeinada señora X nos despertó, manda huevos, porque tenía que usar el ordenador, para que nos fuéramos a dormir al salón. Ni loca me echaba yo en el sofá ese después de lo que había pasado sobre él, así que me tiré en el suelo a intentar conciliar el sueño, con la mala suerte que en una de esas le arreé una patada a la mesa del salón (sin querer, lo juro) y se cayó todo al suelo (marihuana y utensilios diversos).

La señora X se puso furiosa en plan tigre de bengala salvaje, y en esa situación, a mi amigale dio tal ataque de risa, que se tiró al suelo, lloraba y todo. A mí me lo contagió, y acabamos las dos descojonándonos en la cara de la atónita señora X, que no daba crédito… Así que, esperó a que se nos pasara el ataque, y nos puso de patitas en la calle a las 3 de la madrugada.

Arrastrando las maletas sobre una acera con 3 palmos de nieve y cagándonos en el Couchsurfing, nos fuimos a la estación de tren, “dormimos” con un ojo abierto y otro cerrado, con gente la mar de extraña a nuestro alrededor, agarrando las maletas como si nos fuera la vida en ello.

A la mañana siguiente, dejamos las maletas en la consigna de la estación y, como en Ámsterdam lo habíamos visto ya todo, nos fuimos a conocer pueblos holandeses: Volendam, Marken y Edam, a cada cual más bonito y pintoresco. Ese fue el mejor día de nuestro viaje, y cuando empezó a gustarnos Holanda (el último día, vaya).

Regresamos por la noche para coger el bus rumbo a París, creo que ambas aliviadas de dejar atrás esa casa tan extraña. Desde luego, en su momento lo pasamos mal, pero ahora, cuando hablamos vía Skype, muchas veces sale el tema, y nos reímos recordando nuestras surrealistas aventuras en Ámsterdam.
ความคิดเห็น