Una extranjera más en Oslo
- mariadelacruzg
- 23 ago 2015
- 3 Min. de lectura
Hace dos semanas que llegué a Noruega, cargada con cuatro maletas gigantes llenas de toneladas de ropa de verano que probablemente no volveré a ponerme, y algo de invierno que voy a necesitar muchísimo más. Mi primera impresión del país nórdico fue... olfativa. Bajando del avión de Ryanair en el aeropuerto de Rygge en plena noche no se veía nada. Pero todo olía a verde, a bosque, a pura naturaleza. Increíble, nunca había sentido nada igual.

El segundo pensamiento, que siguió inmediatamente al primero fue: "Qué frío hace aquí". Viniendo de una España abrasada por el calor, el contraste fue aún mayor. Sobre todo, porque tuvimos que esperar una hora en la calle a que llegara el bus de Ryanair para poder llegar a Oslo (Ryanair y la puntualidad).

Una cosa que me llamó la atención mientras esperaba fue la diferencia entre noruegos vs. españoles. Entre los últimos (me incluyo) predominaban el "joder, cuánto tarda esto", los resoplidos y las quejas. Los primeros aguantaban estoicamente y en silencio. En cuanto al silencio, algo que me llama mucho la atención es la "paz monástica" que se respira en el transporte público, donde no se oye ni una mosca. Literalmente.

Cuando llegamos al hostal eran ya las 4 AM y ya era casi de día. Fue una sensación muy extraña meterme en la cama con el sol ya en lo alto, como si llegara de un after o algo así. También anochece muuuuy tarde. A las 11PM el cielo no está oscuro del todo, sigue con un tono azul claro extraño, pero precioso.

Por la mañana, llegó el momento de enfrentarse a lo más complicado: coger el monedero e ir a comprar. Emocionalmente complicado, porque los pensamientos que vienen a la mente son algo así: "Qué caro", "Esto en España vale tres veces menos", "¿A esto le llaman jamón?", "Me voy a arruinar". Aun así, tengo que decir que no es todo tan superhípermegacaro como lo pintan. Y que el salmón está jodidamente delicioso, muuuuuy diferente de eso que en España llaman "salmón noruego". No sé de dónde será lo que allí nos venden, pero seguro que de Noruega no.

Lo que sí que es caro de narices es el transporte público. El billete sencillo cuesta unos 4,50 euros, y te dan un límite de 1h30 para usarlo. Pero Oslo no es una ciudad grande, así que caminando se llega a todas partes (de momento, porque en invierno va a ir su madre andando).

Y... ¿cómo es Oslo? Pues ni más ni menos, una ciudad más. Ni la más bonita, ni la más fea. Tiene algunos edificios bonitos, como el Palacio Real, el Teatro Nacional..., y otros que no lo son tanto, como el Ayuntamiento (juzgad vosotros mismos).

Pero en lo que nos dan mil vueltas, y lo que hace diferente a la ciudad es... el VERDE. Hay mil parques, y en los días de sol me hace gracia ver a todos los noruegos tumbados (muchos en traje de baño), aprovechando cada rayo de sol y acumulando reservas de Vitamina D. Es increíble lo muchísimo que valoran el sol y el calor, acostumbrados como están a pasar meses y meses sin verlo.

Otra cosa que hay por todas partes es agua. El fiordo de Oslo no es el más impresionante (Eso dicen), pero es una pasada poder coger un barco, plantarte en cinco minutos en una isla en medio de la naturaleza y tirarte al agua (si eres de esos a los que les gusta morir congelados).

En cuanto a los horarios, es muy diferente de España. Mejor dicho, España es diferente del resto del mundo. Sigo sin acostumbrarme a comer a las 11-12 y cenar a las 5. A las once de la noche, me ruge el estómago como un león enjaulado, pero supongo que todo es acostumbrarse. Los bares, discotecas, etc. cierran como muy tarde a las 3 de la madrugada, y la verdad es que el ambiente me gusta. Supongo que es saber moverse.

Eso es todo, por ahora. De momento, estoy intentando adaptarme a una cultura totalmente diferente de la mía (tarea nada fácil), socializar con los noruegos (más difícil aún) y aprovechar cada rayo de sol, porque sé bien que no durarán todo el año. Pronto (de verdad), volveré a escribir con más detalles sobre la ciudad y la vida en Noruega. Ha det!

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